El tomo 1 de El capital y su preocupación ecológica

 


Pero rescatemos al Marx ecológico (lo que no quiere decir que sus intuiciones impliquen una verdadera teoría ecológica), a diferencia del anterior posteo, que en el Tomo uno de El capital (capítulo VIII) va a referirse a la "depredación" del trabajador en el medio capitalista. Allí Marx va a decir que el capitalismo en su búsqueda desmedida de obtener el máximo de plusvalía absoluta necesita prolongar la jornada de trabajo atrofiando así la fuerza de trabajo humano, provocando progresivamente el agotamiento y su muerte. Y lo más interesante es que realiza un paralelismo de esta depredación de la fuerza de trabajo con la depredación de la tierra en la agricultura capitalista. Es decir, Marx le dio importancia social a los indicadores del entorno ecológico, fue una preocupación sustancial de la necesidad de analizar las contradicciones del capitalismo como forma de reproducción de la vida. En ese capítulo Marx dejaba constancia de que analizar el funcionamiento real del capitalismo llevaba inevitablemente a una mirada pesimista, Marx nos estaba diciendo que cuando lográramos construir el hipotético socialismo el capitalismo habría destruido completamente la relación simbiótica entre la especie humana con el resto de la naturaleza. Es decir, cuando el marxista falopa afirma que el capitalismo es una etapa "superior" de la forma de producción histórica no entendió nada, y menos el tomo uno de El capital.

Los dejo con el barba: "¿Qué es una jornada de trabajo?" ¿Durante cuánto tiempo puede lícitamente el capital consumir la fuerza de trabajo cuyo valor diario paga? ¿Hasta qué punto puede prolongarse la jornada de trabajo más allá del tiempo necesario para reproducir la propia fuerza de trabajo? Ya hemos visto cómo responde el capital a estas preguntas: según él, la jornada de trabajo abarca las 24 horas del día, descontando únicamente las pocas horas de descanso, sin las cuales la fuerza de trabajo se negaría en absoluto a funcionar. Nos encontramos, en primer lugar, con la verdad, harto fácil de comprender, de que el obrero no es, desde que nace hasta que muere, más que fuerza de trabajo; por tanto, todo su tiempo disponible es, por obra de la naturaleza y por obra del derecho, tiempo de trabajo y pertenece, como es lógico, al capital para su incrementación. Tiempo para formarse una cultura humana, para perfeccionarse espiritualmente, para cumplir las funciones sociales del hombre, para el trato social, para el libre juego de las fuerzas físicas y espirituales de la vida humana, incluso para santificar el domingo –aun en la tierra de los santurrones, adoradores del precepto dominical72– ¡todo una pura pamema! En su impulso ciego y desmedido, en su hambre canina devoradora de trabajo excedente, el capital no sólo derriba las barreras morales, sino que derriba también las barreras puramente físicas de la jornada de trabajo. Usurpa al obrero el tiempo de que necesita su cuerpo para crecer, desarrollarse y conservarse sano. Le roba el tiempo indispensable para asimilarse el aire libre y la luz del sol.

Le reduce el tiempo destinado a las comidas y lo incorpora siempre que puede al proceso de producción, haciendo que al obrero se le suministren los alimentos como a un medio de producción más, como a la caldera carbón y a la máquina grasa o aceite. Reduce el sueño sano y normal que concentra, renueva y refresca las energías, al número de horas de inercia estrictamente indispensables para reanimar un poco un organismo totalmente agotado. En vez de ser la conservación normal de la fuerza de trabajo la que trace el límite a la jornada, ocurre lo contrario: es el máximo estrujamiento diario posible de aquélla el que determina, por muy violento y penoso que resulte, el tiempo de descanso del obrero. El capital no pregunta por el límite de vida de la fuerza de trabajo. Lo que a él le interesa es, única y exclusivamente, el máximo de fuerza de trabajo que puede movilizarse y ponerse en acción durante una jornada. Y, para conseguir este rendimiento máximo, no tiene inconveniente en abreviar la vida de la fuerza de trabajo, al modo como el agricultor codicioso hace dar a la tierra un rendimiento intensivo desfalcando su fertilidad.

 


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