El problema del terror rojo




Este libro sería el comienzo del fin de Trotsky como uno de los líderes indiscutibles del partido bolchevique y de las masas obreras y campesinas rusas. Allí sistematizaba y consagraba su nefasta idea de militarizar el trabajo como única forma de forzar la transición al socialismo (él creía eso y ridiculizaba a todo que no pensara de esa forma). En respuesta a semejante obra, el politburó, con Lenin a la cabeza, además de colocar a Trotsky como Comisario de Transportes, le importó tres carajos lo que opinaban las bases (supuestamente ignorantes y descarriadas) sobre la cuestión, y le dio todo el apoyo al además encargado de la Defensa. Ya con poderes excepcionales en lo militar y en el transporte, la ley marcial aplicada a trabajadores ya estaba escrita en los siguientes pasajes de aquella obra tremenda:
“Si es cierto, como dice la declaración de los mencheviques, que el trabajo obligatorio es siempre y cualesquiera que sean las circunstancias, menos productivo, nuestra reorganización económica está condenada a la ruina: pues no puede haber en Rusia otro medio para llegar al socialismo que una dirección autoritaria de las fuerzas y los recursos económicos del país y un reparto centralizado de la fuerza de trabajo, con forme al plan general del gobierno. El Estado proletario se considera con derecho a enviar a todo trabajador adonde su trabajo sea necesario. Y ningún socialista serio negará al gobierno obrero el derecho a castigar al trabajador que se obstine en no llevar a cabo la misión que se le encomiende. Mas —y esta es la razón de todo— la vía menchevique de paso al “socialismo” es una vía láctea, sin monopolio del trigo, sin supresión de los mercados, sin dictadura revolucionaria y sin militarización del trabajo. Sin trabajo obligatorio, sin derecho a dar órdenes y a exigir su cumplimiento, los sindicatos pierden su razón de ser, pues el Estado socialista en formación los necesita, no para luchar por el mejoramiento de las condiciones de trabajo —que es la obra de conjunto de la organización social gubernamental—, sino con el fin de organizar la clase obrera para la producción, con el fin de educarla, de disciplinarla, de distribuirla, de agruparla, de establecer ciertas categorías y fijar a ciertos obreros en sus puestos por un tiempo determinado, con el fin, en una palabra, de introducir autoritariamente a los trabajadores, de acuerdo con el poder, en el plan económico único”.

También con este hecho se iniciaba la naciente práctica stalinista de destituir dirigentes y colocar a dedo a otros que acataran las órdenes de los dioses del marxismo. Es verdad que esta teoría sirvió para poner en orden el descalabro del transporte, pero el precio fue muy caro para el partido bolchevique, y especialmente para Trotsky. Ya nadie iba a defenderlo, ni el propio Lenin, que como buen oportunista se iba a presentar como antiguo crítico de esas ideas reaccionarias y le terminaría soltando la mano (no olvidarse que el politburó fue quien le dio poderes excepcionales y Lenin no dijo ni mu). De ahí en más, Trotsky no podría hablar más sobre los sindicatos y el Estado, ya que hasta el propio Comité Central del partido necesitaba lavarse la cara y necesitaban a un único culpable. Comienza así el camino de victimización de Trotsky.

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