El mito burgués de la revolución – Bolívar Echeverría






Bolívar Echeverría retoma la critica de la Escuela de Frankfurt sobre la idolatría de Marx hacia la técnica, para ir más allá y profundizar la comprensión del modo de vida y del mundo, así como rebasar la idea espontánea de revolución que es propia de la modernidad capitalista, que también salpica al marxismo en su vertiente soviética. Como dice Bolívar Echeverría, entre la idea comunista de la revolución y la idea moderna o burguesa de la revolución debería haber una diferencia esencial, pero no la vimos hasta el día de hoy. Incluso la más grande revolución marxista, la Revolución rusa, si partimos  de los planteos de Bolívar Echeverría, no fue más que la puesta en escena del mito burgués de la revolución, donde se siguió legitimando la idea equivocada de que el desarrollo de las fuerzas productivas estarían para emanciparnos y que el hombre (con su revolución y su partido de combate o con su vanguardia) puede hacer desaparecer toda una sociedad y su historia con solo tomar el poder:


“El mito de la revolución es un mito indispensable en la construcción de toda cultura política dominante en la modernidad efectiva, la modernidad burguesa capitalista. El mito de la revolución encierra una afirmación central de orden metafísico. Lejos de romper con la idea protomoderna de la sujetidad o la actividad monopolizada por un Dios único y omnipotente que ha condenado a todo lo Otro –presente en la diversidad de lo divino propia del politeísmo arcaico- a la pasividad de mero material útil para la Creación, el Hombre moderno no ha hecho otra cosa que humanizar o laicizar esa idea: concebirse a sí mismo, mediante una ‘revolución’ antropocentrista y antropolátrica, como dotado de la sujetidad excluyente y la omnipotencia que solía atribuir a un ser supremo ficticio. En efecto, el mito moderno de la revolución supone que el ser humano está en capacidad de crear y re-crear ex nihilo no solo las formas de la socialidad sino la socialidad misma, sin necesidad de atenerse a ninguna determinación natural o histórica preexistente; de acuerdo a él, la ‘segunda naturaleza’, el conjunto de las normas de convivencia comunitaria, es un material neutro y pasivo, puesto a disposición de la actividad del Hombre como sujeto de la ‘política’.
El mito de la revolución como una acción que es capaz de re-fundar la socialidad después de arrasar con las formas de la socialidad cultivadas y transformadas por el ser humano durante milenios, de borrar la historia pasada y recomenzar a escribirla sobre una página en blanco, corresponde a este antropocentrismo idolátrico de la edad moderna. Esta hybris, esta pretensión exagerada, que vas más allá de toda medida, es propia de la modernidad capitalista. El mito de la revolución es justamente el que cuenta de la existencia de un momento de creación o re-creación absoluto, en el que los seres humanos echan todo abajo y todo lo re-generan; en el que se destruyen todas las formas de socialidad y se construyen  otras nuevas, a partir de la nada. Esto es justamente lo que hizo la modernidad capitalista con el mundo heredado del medioevo mundo tradicional, y lo pretende hacer una y otra vez con todo lo que tiene algo  de tradicional, de resistente a su empresa histórica actual. […]
El mito de la revolución es un cuento propio de la modernidad capitalista; solo para esta modernidad el valor de uso, la forma natural del mundo, no es nada y, a la inversa, el valor económico, la cristalización de energía, de actividad, de sujetidad humana, lo es todo. […]
Ser creador consiste en poner valor; todo lo demás es secundario. Las formas concretas del mundo de la vida pueden ser sustituidas por réplicas casi perfectas de las naturales, que tienen la ventaja de una disponibilidad y una docilidad sin límites ante las exigencias de la dinámica del valor. Solo entonces, desde esta perspectiva totalmente obnubilada del valor valorizándose, las formas de socialidad se presentan como meros recubrimientos o disfraces folklóricos de las funciones elementales del gregarismo humano, y las formas de socialidad pueden ser vistas como atributos del Hombre moderno, en su autoidolotría narcisista, puede quitar y poner a su arbitrio. […]

Para el socialismo, de lo que se ha tratado en última instancia ha sido sustituir al Hombre por el superhombre; en lo que se ha empeñado ha sido en barrer todas las formas naturales tradicionales para sustituirlas totalmente por otras nuevas, creadas en la mesa de  planificación y diseño de los comités centrales y sus ingenieros sociales.
El desencanto que estamos viviendo  en este fin de siglo parece ser el resultado de una desilusión real con la apuesta romántica del mito revolucionario; la consecuencia del reconocimiento de que algo así como una bondad espontánea de las fuerzas productivas no existe, de que las posibilidades que hay de entrar en empatía con la voluntad de las mismas apuntan más a un sentido destructivo que en uno creativo, de que la revolución no puede consistir en una simbiosis con la marcha del progreso y su seguro conflicto con la estrechez de las relaciones de producción. Es un desencanto respecto del horizonte del ethos romántico, dentro del cual se desenvolvía el propio Marx. No es posible ya, después de lo que han tenido lugar con las fuerzas productivas durante los más de cien años que nos separan de la muerte de Marx, seguir considerándolas inocentes, espontáneamente afirmadoras de la vida, inspiradas en una tecnología en principio neutral. Hoy sabemos a ciencia cierta lo que Marx percibia apenas en sus comienzos: que la técnica está marcada por la forma capitalista de la producción en la que fue desarrollada, que lleva en sí misma la impronta de su estructura explotativa” […]

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