Los trotskistas leen al trotkista Pierre Broué como leninistas



Los trotskistas leen al trotkista Pierre Broué como leninistas. 
En su famosa obra sobre la historia del partido bolchevique, Broué menciona en su prefacio que el historiador solo tiene la función de “devolverle el hábito de vida al pasado humano y no de reconstruir unos mecanismos inhumanos”, por lo que todo aquel que se arroje a la lectura de la historia (en este caso la rusa) y no deje arder la pasión que consumió a los protagonistas estaría “mutilando la vida”. Así este historiador anticipaba y camuflaba su amor por los bolcheviques; amor y justificación que luego retomarían los trotskistas contemporáneos para defender a su ídolo y la existencia de sus partidos y, principalmente, sus métodos.
Este pasaje de la obra de Broué tiene un valor sustancial para seguir sumando en la comprensión de las raíces del sectarismo en la izquierda marxista. Si bien Broué -y por extensión el simpatizante trotkista- habla de Lenin como un antidogmático, se puede leer entre líneas la “siembra” del método sectario la cual se intenta ocultar (inconscientemente)  con fraseología democrática y dialéctica. Broué dice que Lenin no le interesaba tener la razón, sino obtener la victoria final para que su línea política triunfe por sobre todo aquel que se presente en la disputa de la dirección del partido. Es decir, Lenin buscaba preparar el terreno para que, llegado el momento,  su idea de socialismo no tuviera ningún tipo de oposición. ¿Cómo se puede leer otra cosa cuando Broué dice que Lenin quería obtener la “razón histórica”?. Sin quererlo, el historiador francés nos cuenta que Lenin es un maravilloso dios de la teoría, que ya sabe de antemano que el oponente es un mediocre y que nada tiene que aportarle a sus ideas. Para Lenin, el interlocutor  es un mero instrumento táctico al cual hay que darle la razón no porque la tiene, sino porque tácticamente le sirve para el futuro y cuando quede aislado y sin fuerzas, Lenin tiene todo el arsenal y el cinismo para sepultarlo. 

Así, Broué nos avisa, sin darse cuenta, que un partido construido desde la táctica de la exclusividad de la línea triunfal partidaria nos lleva a la única “razón histórica” que ha dado el bolchevismo, el sectarismo y el culto a los iluminados:  


“Limitémonos a subrayar que, convencido como estaba [Lenin] de la necesidad del partido como instrumento de la historia, emprendió apasionadamente su construcción y consolidación durante todo el periodo que procedió al estallido de 1917, apoyándose para ello, en las perspectivas y datos que ofrecía el propio movimiento de masas, al tiempo que hacía gala de una excepcional confianza en la solidez de su propio análisis e intuición. Completamente convencido de que los conflictos ideológicos resultan inevitables, Lenin afirma, en una carta dirigida a Krasin, que ´constituye una completa utopía, esperar una solidaridad absoluta dentro del comité central o entre sus miembros´. Lucha por convencer, tan seguro de estar en lo cierto como de que el propio desarrollo político de los acontecimientos será la mejor confirmación de sus tesis. Esta es la razón de que termine por aceptar, sin demasiado resentimiento, una derrota que considera puramente provisional, como la sufrida frente a los komitetchiki en el congreso de 1905, en vísperas de una revolución de la que espera la destrucción de todas las rutinas. Hacia el final del mismo año, cede, ante el impulso de los militantes que desean una reunificación, prematura en su opinión, limitando de antemano las posibles pérdidas por la concentración de su esfuerzo en conseguir, dentro del partido unificado, que la elección de los miembros del comité central se haga según el principio de representación proporcional de las tendencias. Entre 1906 y 1910, redobla su acción para convencer a los disidentes de su fracción, dejando, por último, que ellos mismos tomen la iniciativa de la ruptura. En 1910, se inclina ante la política de los ´conciliadores´, defendida por Dubrovinsky, al que considera como elemento de gran valía y al que espera convencer rápidamente por la experiencia.
No obstante, sobre las cuestiones que considera fundamentales, se mantiene en la más absoluta intransigencia -a su ver, el trabajo ilegal constituye una de las piedras de toque que confirman la naturaleza revolucionaria de la acción emprendida-, de vez en cuando, llega a un acuerdo o se retracta, y no solo cuando, por encontrarse en minoría, debe dar el ejemplo de la disciplina que exige cuando cuenta con  la mayoría. Su objetivo no es tener la razón él solo, sino fabricar el instrumento que le permitirá intervenir en la lucha de clases y tener razón a escala histórica, ´a escala de millones´, como gusta repetir: para conservar su fracción, compuesta por esos hombres cuidadosamente elegidos durante años, sabe esperar e incluso doblegarse; sin embargo, jamás oculta que no vacilaría ni un momento en empezar de nuevo si sus adversarios insistiesen en poner lo esencial en tela de juicio. En la polémica ideológica o táctica, parece interesarse particularmente por la exacerbación de las diferencias, forzando las contradicciones hasta el límite, revelando los contrastes y esquematizando e incluso caricaturizando el punto de vista de su oponente. Son estos los métodos de un luchador que busca la victoria y no el compromiso, que quiere llegar a desmontar el mecanismo del pensamiento de su antagonista para reducir los problemas a unos elementos que sean comprendidos con facilidad por todo el mundo. Sin embargo, nunca pierde de vista la necesidad de conservar la colaboración, en la empresa común, de aquel con quien está manteniendo el duelo dialéctico. Durante la guerra, Bujarin y él no llegaban a un acuerdo respecto del problema del estado; Lenin le pide entonces que no publique ningún trabajo sobre esta cuestión para no acentuar los desacuerdos sobre unos extremos que, en su opinión, ni uno ni otro han estudiado suficientemente. Lenin argumenta siempre, cediendo a veces, pero jamás renuncia a convencer al final, pues solo así – a pesar de lo que hayan podido alegar sus detractores- obtuvo  sus victorias y se convirtió en jefe indiscutible de la fracción, construida con sus propias manos y cuyos hombres escogió y educó personalmente”.

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