Leer la Revolución, toda una actividad revolucionaria
Sheila
Fitzpatrick enseña cómo debe leerse una revolución desde la historiografía.
Nada de romanticismos ni demonizaciones, simplemente, leer con la mayor
objetividad sin el comando de la ideología. No hay que combatir solamente al
conservador que prefiere al capitalismo que a un nuevo régimen, además hay que
romper con los discursos desproblematizadores de la revolución, los cuales
esconden las contradicciones de cualquier revolución, y lo peor, que no
construyen política basándose en esas limitaciones (como si el triunfo de una
revolución hiciese desaparecer los enormes problemas teóricos y prácticos que
tenían antes del triunfo). A continuación, una de las más conciunzudas definiciones de "revolución" y "revolucionario" que he leído por décadas:
Interpretar
la revolución
Todas las
revoluciones llevan liberté, égalité, fraternité y otras nobles divisas
inscriptas sobre sus banderas. Todos los revolucionarios son fanáticos
entusiastas; todos son utopistas con sueños de crear un nuevo mundo en el cual
la injusticia, la corrupción y la apatía del viejo mundo no vuelvan jamás a
tener lugar. Son intolerantes del disenso; incapaces de términos medios; están
hipnotizados por objetivos grandiosos y lejanos; son violentos, suspicaces y
destructivos. Los revolucionarios son poco realistas e inexpertos en materia de
gobierno; sus instituciones y procedimientos son improvisados. Padecen de la
embriagadora ilusión de representar la voluntad del pueblo, lo cual significa
que dan por sentado que éste es monolítico. Son maniqueos y dividen el mundo en
dos bandos: luz y oscuridad, la revolución y sus enemigos. Desprecian todas las
tradiciones, conceptos heredados, íconos y supersticiones. Creen que la
sociedad puede ser una tabula rasa sobre la que se escribe la revolución.
Terminar en
desilusión y decepción está en la naturaleza de las revoluciones. El celo
decrece; el entusiasmo se vuelve forzado. El momento de locura y euforia pasa.
La relación entre pueblo y revolucionarios se hace complicada: se revela que la
voluntad del pueblo no es necesariamente monolítica ni transparente. Regresan
las tentaciones de la riqueza y la posición, junto al reconocimiento de que uno
no ama a su prójimo como a uno mismo, ni quiere hacerlo. Todas las revoluciones
destruyen cosas cuya pérdida no tardan en lamentar. Lo que crean es menos de lo
que los revolucionarios esperaban, y distinto.
Aquí el libro:
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