La deformación de la dictadura del proletariado: Lenin en el Poder
En Estado y
Revolución, Lenin utiliza el concepto de “dictadura del proletariado” de una
manera distinta al de Marx. Para
disimular la desviación, Lenin recurre a argumentos polémicos. Dice que no se
podría estar a favor de la dictadura del proletariado en la teoría y asustarse
en lo que significa en la práctica. De nuevo la defensa de siempre, el que
critica sería un intelectual pequeñoburgués. Pero aquel concepto reelaborado
por Lenin, la dictadura del proletariado, tenía serios problemas para la
construcción del socialismo. Para Lenin la dictadura del proletariado hacía referencia también a la dictadura sobre
los obreros corrompidos por el capitalismo. Algo que choca de pleno con la
sustancia de Estado y Revolución, obra que plantea la extensión y la ampliación
máxima de las libertades para el proletariado como clase.
Esta
deformación del concepto de Marx se puede ver de forma más clara y contundente cuando
en 1918 escribe “Las tareas inmediatas
del poder soviético (Obras completas Tomo XXVIII). En ese texto se puede notar a un Lenin más
reflexivo, por lo que nadie puede defenderlo de que lo escrito allí respondería
a la situación comunicativa de la polémica simplemente (algo que Lenin hacía
uso y abuso).
Veamos cómo
acomodaba el concepto a las necesidades del partido:
“Pero la
palabra dictadura es una gran palabra. Y las grandes palabras no deben ser
lanzadas descuidadamente. La dictadura es un poder hierro, un poder que es revolucionariamente
audaz, rápido e implacable en la represión de los explotadores y malhechores […]
Cuanto más
nos acercamos al total aplastamiento militar de la burguesía, más peligroso se
convierte el elemento anárquico pequeñoburgués, y la lucha contra este elemento
no pueden llevarse a cabo con ayuda de la propaganda y la agitación, solo
mediante la organización de la emulación y la selección de organizadores. La
lucha debe llevarse a cabo también con medidas de coerción […]
En la historia
de los movimientos revolucionarios la dictadura de algunas formas fue con
frecuencia la expresión, el vehículo, la vía de la dictadura de las clases
revolucionarias; esto ha sido demostrado por la experiencia irrefutable de la
historia. Es indudable que la dictadura personal ha sido compatible con la
democracia burguesa. Pero, en este punto, los detractores burgueses del poder
soviético, así como sus acólitos pequeñoburgueses, demuestran siempre mucha
habilidad; por una parte, declaran que el poder soviético es algo absurdo,
anárquico, salvaje, y esquivan con cuidado todos nuestros ejemplos históricos y
los argumentos teóricos que demuestran que los soviets son la forma superior de
la democracia, más aún, el principio de una forma socialista de la democracia;
por otra parte, nos exigen una democracia superior a la democracia burguesa y
dicen: la dictadura personal es absolutamente incompatible con su democracia
bolchevique (o sea, no burguesa, sino socialista), soviética.
Son
argumentos más que pobres. Si no somos anarquistas debemos admitir que el
Estado, es decir, la coerción es necesaria para la transición del capitalismo
al socialismo. La forma de coerción es determinada por el grado de desarrollo de
la clave revolucionaria dada y, además,
por circunstancias especiales, como por ejemplo el legado de una guerra
larga y reaccionaria, y las formas de resistencia que presenten la burguesía y
la pequeña burguesía.
Por lo
tanto, no hay absolutamente ninguna contradicción de principio entre la
democracia soviética (es decir, socialista) y el ejercicio del poder
dictatorial por determinadas personas. La diferencia entre la dictadura del
proletariado y la dictadura burguesa es que la primera dirige sus golpes contra
la minoría explotadora, en interés de la mayoría explotada; y que es ejercida –también
por intermedio de determinadas personas-, no solo por las masas trabajadoras y
explotadas, sino también por organizaciones estructuradas de tal modo que
puedan elevar a estas masas a una actividad creadora de la historia (las
organizaciones soviéticas son organizaciones de este tipo).
Respecto de
la segunda cuestión –la importancia del poder dictatorial unipersonal desde el
punto de vista de las tareas específicas del momento actual-, hay que decir que toda gran industria
maquinizada, que es precisamente la fuente material, la fuente productora, la
base del socialismo, exige una unidad de voluntad estricta y absoluta, que
dirija el trabajo común de centenares, millares y decenas de millares de
personas. La necesidad de esto desde el punto de vista técnico como económico e
histórico es evidente, y ha sido reconocida siempre como una de las condiciones
del socialismo por todos los que me meditan sobre el socialismo. Ahora bien, ¿cómo puede asegurarse una
estricta unidad de voluntad? Por la subordinación de la voluntad de millares de
hombres a la de una solo.
Cuando los
que participan en el trabajo común poseen conciencia de clase y disciplina
ideales, dicha subordinación será algo así como la dirección suave de un
director de orquesta. Cuando no existen disciplina y conciencia de clases
ideales la subordinación puede adquirir las formas severas de la dictadura. Pero,
de una manera u otra, la subordinación incondicional a una voluntad única es
absolutamente necesaria para el éxito de los procesos organizados según el tipo
de la gran industria maquinizada […]
La
revolución acaba de destruir las cadenas más antiguas, sólidas y pesadas, que
el régimen del látigo había impuesto a las masas. Eso sucedía ayer. Pero hoy,
esa misma revolución, precisamente en interés de su desarrollo y fortalecimiento,
precisamente en interés del socialismo, exige la subordinación incondicional de
las masas a la voluntad única de los dirigentes del trabajo […]
Comienza
ahora la tercera etapa. Hay que consolidar lo conquistado por nosotros mismos,
lo que hemos decretado, convertido en leyes, discutido y planificado; todo esto
debemos consolidarlo dentro de las formas estables de una disciplina diaria del
trabajo. Esta es la tarea más difícil, pero también la más fecunda, porque
únicamente su cumplimiento nos dará un orden socialista. Debemos aprender a
combinar la democracia de las ‘reuniones públicas’ de las masas trabajadoras,
que fluye turbulenta, impetuosa como las aguas primaverales que hacen desbordar
todos los ríos, con la disciplina de hierro durante el trabajo, con la
obediencia incondicional a la voluntad de una sola persona, el dirigente
soviético, en el trabajo”.
Como se
puede observar, sin lugar a dudas, Lenin plantea una respuesta concreta a los
problemas de la revolución, pero sus planteos no tienen nada que ver con el
autogobierno de la clase obrera, sino todo lo contrario, para llegar al
socialismo sostiene nada menos que una dictadura sobre la misma clase que dice
defender. La deformación del marxismo es evidente. Lenin sienta las bases de la
democracia obrera soviética, otra deformación que da paso al capitalismo de
Estado que emulará al sistema Taylor más que a la libertad de decisión de los
obreros.
Lenin, con
esto, demuestra que no hizo toda la crítica al capitalismo que debió hacer,
pasando por alto la alienación que supone subordinar a millones y millones de
seres humanos a decisiones de pocas personas para emular el desarrollo de las
fuerzas productivas del capitalismo.
Estos son
los problemas que enfrenta cualquier intento de construir un socialismo en las
ruina económica y para colmo con un mar de campesinos hambrientos.
Como
estadista Lenin es incuestionablemente audaz , pero eso no quita las constantes
paradojas que instaló en el marxismo ruso; para quien el “poder a los soviets” puede ser tanto
un poder proletario como un poder burgués, no puede ser más que el fundador de
una travesía política que terminaría con un elevado costo (económico, humano y
político) y sin lograr absolutamente nada que el capitalismo no haya logrado.
Lenin, sabiéndose perdedor, luego
reconocería que no son los intelectuales los que deben enseñar a las masas a
decidir sobre sus destinos, sino al revés, son estas las que deben ser
estudiadas porque ellas marcan el rumbo siempre de lo que necesitan. Ya era
tarde, Stalin, su discípulo y muchos nuevos aplaudidores se educaron en la
creencia de que la revolución es una cuestión del color de la sangre de quien
dirige.
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