Todo el poder a los soviets, menos en Kronstadt
Los leninistas y trotskistas modernos, como los de antaño, invocan la consigna de “todo el poder a los soviets” sin problematizarla, como lo que realmente fue para los de antaño. Para los bolcheviques dicha consigna significó la llave maestra para acceder al poder en Rusia, pero también un dolor de cabeza cuando los trabajadores y campesinos hicieron una interpretación diferente de lo que les proponía el partido bolchevique. Darles poder a las organizaciones obreras y campesinas, dicho de esa manera simplista, era todo un cascarón retórico-político de Lenin que en el plano de lo práctico implicaba otra realidad muy dispar al primer golpe de sentido de aquella famosa consigna.
Vayamos a Kronstadt, pero a un tiempo antes de su aplastamiento polémico por parte de Trotsky (digo polémico para no irritar al amigo trotskista, ya que me sobran los calificativos) y que desataría ríos de tinta sobre aquella histórica represión al intento de revolución dentro de la revolución, que los defensores del bolchevismo llamaron sin fundamentos sólidos, contrarrevolución. Ese tiempo anterior, 1917, nos habla de una Kronstadt cercada por el hambre, el caos y los límites geográficos (islita), contexto que para nada impidió el desarrollo de la creatividad en la organización del pueblo trabajador para hacer frente a las necesidades verdaderas y puntuales que requerían sus integrantes. Nos habla de una Kronstadt con ya una comuna de cultivo, la cual subsistiría inclusive en pleno 1921, donde el partido bolchevique había suprimido todas las organizaciones que no fueran creadas o controladas por el comité central del partido. También ya existían en forma embrionaria los comités de casa que se encargaban de reconstruir la calamitosa situación habitacional de la isla. Es decir, Kronstadt, tenía ya en su soviet una organización embrionaria para tomar el poder en sus manos y determinar la mejor forma de hacerse cargo de la vida y el trabajo. Podría decirse que la consigna bolchevique (todo el poder a los soviets) estaba cumpliéndose a la perfección. Pero no. Aquella consigna debió explicarse mejor, y los bolcheviques debieron decir–si es que la demagogia no los hubiera atrapado- que aquella consigna en realidad debía entenderse como “todo el poder a los soviets bolchevizados”, que es muy distinto a lo que la historia sovietizada cuenta, asi como lo hace el militante de a pie de nuestros días.
Para testimoniar lo dicho anteriormente, leamos a Alexander Skirda, un anarquista que en vez de atacarlo por su elección política (me anticipo a la "crítica"), se debiera discutir lo que registró en sus estudios:
La consigna “todo el poder a los soviets locales” se entendió en Kronstadt de la siguiente manera: a partir de ese momento, ningún centro puede ordenar o prescribir a soviet alguno o a organización alguna lo que debe hacer y, por el contrario, cada soviet y cada organización local de obreros y campesinos tiende a unirse voluntariamente con las organizaciones del mismo tipo. De esta manera, la federación de los soviets libres y la federación de comités de fábrica y taller crean una poderosa fuerza organizativa, tanto en lo referente al éxito de la defensa de la revolución como para resolver armoniosamente la producción y el consumo.
Kronstadt, limitado por su posición geográfica en la aplicación de sus fuerzas creadoras, pone toda su energía en la socialización de la vivienda. En uno de sus grandiosos mítines, los anarquistas se encargan de plantear al soviets la cuestión de una distribución armoniosa de las viviendas así como de su reparación.
En la siguiente sesión del soviet, se entrega un proyecto de socialización de las casas, elaborado por el grupo de anarquistas y de eseritas de izquierda del soviet. El primer punto manifiesta que: de ahora en adelante, es abolida la propiedad privada de las viviendas y de la tierra. Más adelante se dice que la gestión de las casas corre a cargo de los comités de casas y que los asuntos se resuelven mediante asambleas generales de todos los habitantes de las casas; el asunto relativo a todo barrio es resuelto por la Asamblea General de todos sus habitantes, que designan unos comités de barrios; se organiza una oficina general ejecutiva de comités de casa. De este modo, las viviendas se convierten en propiedad colectiva de la población.
Los bolcheviques, alegando la importancia del problema y la necesidad de estudiarlo a fondo, pidieron que se aplazara durante una semana el debate del proyecto de socialización de las casas. Durante ese tiempo fueron a Petrogrado y, después de recibir instrucciones del centro, pidieron en la siguiente sesión del soviet la eliminación de ese proyecto del orden del día, debido a que, decían, una cuestión tan seria sólo podía decidirse a escala de toda Rusia, y Lenin ya preparaba un proyecto en dicho sentido; por ello, y en el interés de la cosa, el soviet de Kronstadt debía esperar las instrucciones del centro.
Los anarquistas, los eseritas de izquierda y los maximalistas insistieron para que el proyecto se abordara inmediatamente. Se vio en el debate que el ala izquierda del soviet era partidaria de la realización inmediata del proyecto. Entonces, los bolcheviques y los eseritas mencheviques constituyeron un frente común y abandonaron la sala de la Asamblea, acompañados de ruidosos aplausos y de pullas: ¡Al fin han acabado por entenderse!
En la discusión posterior del proyecto, el marxista Rivkin propuso votarlo punto por punto, a fin de ofrecer a los bolcheviques la posibilidad de blanquearse ante los trabajadores, los cuales podrían tener la impresión de que los bolcheviques estaban en contra de la supresión de la propiedad privada.
Los bolcheviques, que habían tomado conciencia de su error, volvieron a la sesión y el primer punto –quedaba suprimida la propiedad privada de las viviendas y de la tierra- fue aprobado por unanimidad. Sin embargo, cuando llegaron a examen los restantes puntos en que se proponía especialmente aplicarlo enseguida, los bolcheviques abandonaron de nuevo la sala de sesiones. Algunos bolcheviques, que consideraron imposible someterse esta vez a la disciplina del partido, dado que, como explicaron a continuación, habían recibido de sus electores el mandato de votar en favor de la realización inmediata del proyecto, permanecieron en la sesión del soviet; recibieron un severo castigo: exclusión del partido por una desviación anarcosindicalista.
Mucho tiempo después de esta movida sesión del soviet, tuvo lugar otra fuerte lucha en torno al proyecto. Se organizaban mítines en los talleres, en los barcos, en las empresas. Los representantes del soviet eran convocados para explicar la cuestión. Varios bolcheviques fueron revocados del soviet por sus mandantes debido a su oposición al proyecto. En relación con este problema, los bolcheviques comenzaron una campaña de denigración contra los anarquistas.
Finalmente, pese al sabotaje de los bolcheviques, se crearon en todo Kronstadt comités de casa, de barrio y otros. Cuando se consiguió la distribución equitativa de las viviendas, se vio que junto a la miseria de los trabajadores, que se alojaban en horribles sótanos, había personas que llegaban a ocupar 10 a 15 habitaciones. El director de la Escuela de Ingenieros, soltero, ocupaba 20 habitaciones y, cuando se le requisó una parte, lo consideró como un auténtico acto de bandidaje […]
Solo mucho más tarde, cuando los principales argumentos de los bolcheviques respecto a sus adversarios de izquierda fueron la prisión, la bayoneta y los tiros, los bolcheviques consiguieron destruir todas las bases creativas de esa organización. El problema fue transferido a la oficina central del alojamiento y de la tierra, en el soviet nacional de economía, que instaló su funcionario en cada casa, el starosta, que debía cumplir también la función de policía, vigilando que nadie pudiera vivir en ella sin autorización oficial, y que las personas forasteras no fueran albergadas, denunciando en casa ocasión los casos dudosos.
En 1920 apareció un nuevo decreto que abolió la institución del starosta. Los funcionarios de la oficina de alojamiento y de la tierra comenzaron a resucitar a los comités de casa, a convocar a la masa a una organización autónoma, bajo la amenaza habitual de una intervención de la Cheka. Pero nadie respondió a ese llamamiento, pues la dura realidad mostraba perfectamente que la organización autónoma de la masa no es compatible con la dictadura del proletariado, con la dominación de un partido, aun cuando antes hubiera sido revolucionario. Se nombraron para el secretariado de los comités de casa los antiguos starostas que se habían adaptado al nuevo régimen, y las casas fueron llegando progresivamente a una desorganización total. He ahí como murió una de las grandes conquistas de octubre.

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