De izquierda a derecha, los individuos caminamos con cadenas en los pies



Una de las cuestiones que más me preocupan son los obstáculos “invisibles” que supimos conseguir. La realidad ya es totalmente incomprensible para cualquier ser humano en la tierra, debido a la extremada complejidad que desarrolló la constante modernización del mundo, así como sus consecuentes efectos en la naturaleza que han puesto a la comunidad científica en una situación casi de desamparo y descontrol. Es notable ver cómo no se puede discutir absolutamente nada ni proponer debate alguno sin que recibas pedanterías o descalificaciones de todo tenor. Los individuos estamos atravesados por una lógica “corporativista” innata, condición clave para comprender que la contradicción de la conducta humana es insuperable (dolorosa verdad, pero hay que decirlo). Claro que podemos hacerle frente a los inmensos problemas que tenemos, pero sepamos que de izquierda a derecha, los individuos caminamos con cadenas en los pies. Saberlo es fundamental para la estrategia y la táctica, invisibilizarlo supone errar por el espacio y tiempo, condición elemental de un meteorito, pero no del ser humano. 
Cuando pretendemos alertar de la crisis de proporciones gigantescas que se avecina, debemos saber, entonces, que peleamos contra Goliat. Hay que darle en la cabeza, no hay otra alternativa. 
Pues bien, voy a utilizar mi pensamiento “corporativista” para atacarlo y para atacar a todos los ombligos del mundo. Los dejo con Yuval Noah Harari, que puede defender muy bien y confirmar mis críticas:

“En los últimos siglos, el pensamiento liberal desarrolló una confianza inmensa en el individuo racional. Representó a los humanos como agentes racionales independientes, y ha convertido a estas criaturas míticas en la base de la sociedad moderna. La democracia se fundamenta en la idea de que el votante es quien mejor lo sabe, el capitalismo de mercado libre cree que el cliente siempre tiene la razón y la educación liberal enseña a los estudiantes a pensar por sí mismos […]
Como ya se ha señalado, los expertos en economía conductual y los psicólogos evolutivos han demostrado que la mayoría de las decisiones humanas se basan en reacciones emocionales y atajos heurísticos más que en análisis racionales, y que mientras que nuestras emociones y heurística quizá fueran adecuadas para afrontar la vida en la Edad de Piedra, resultan tristemente inadecuadas en la Edad del Silicio.
No solo la racionalidad es un mito: también lo es la individualidad. Los humanos rara vez piensan por sí mismos. Más bien piensan en grupos. De la misma manera que hace falta una tribu para criar a un niño, también es necesaria una tribu para inventar un utensilio, resolver un conflicto o curar una enfermedad. Ningún individuo sabe todo lo necesario para construir una catedral, una bomba atómica o un avión. Lo que confirió a Homo sapiens una ventaja sobre los demás animales y nos convirtió en los amos del planeta no fue nuestra racionalidad individual, sino nuestra capacidad sin parangón de pensar de manera conjunta en grupos numerosos. De forma individual, los humanos saben vergonzosamente poco acerca del mundo, y a medida que la historia avanza, cada vez saben menos. Un cazador-recolector de la Edad de Piedra sabía cómo confeccionar sus propios vestidos, cómo prender un fuego, cómo cazar conejos y cómo escapar de los leones. Creemos que en la actualidad sabemos muchísimo más, pero como individuos en realidad sabemos muchísimo menos. Nos basamos en la pericia de otros para casi todas nuestras necesidades. En un experimento humillante, se pidió a varias personas que evaluaran cuánto conocían sobre el funcionamiento de una cremallera corriente. La mayoría contestó con absoluta confianza que lo sabían todo al respecto; a fin de cuentas, utilizaban cremalleras a diario. Después se les pidió que describieran con el mayor detalle posible todos los pasos que implican el mecanismo y el uso de la cremallera. La mayoría no tenían ni idea. Esto es lo que Steven Sloman y Philip Fernbach han denominado «la ilusión del conocimiento». Creemos que sabemos muchas cosas, aunque individualmente sabemos muy poco, porque tratamos el conocimiento que se halla en la mente de los demás como si fuera propio. Esto no tiene por qué ser malo. Nuestra dependencia del pensamiento de grupo nos ha hecho los amos del mundo, y la ilusión del conocimiento nos permite pasar por la vida sin que sucumbamos a un esfuerzo imposible para comprenderlo todo por nosotros mismos. Desde una perspectiva evolutiva, confiar en el saber de otros ha funcionado muy bien para Homo sapiens. Sin embargo, como otras muchas características humanas que tenían sentido en épocas pasadas pero que en cambio causan problemas en la época moderna, la ilusión del conocimiento tiene su aspecto negativo. El mundo está volviéndose cada vez más complejo, y la gente no se da cuenta de lo poco que sabe sobre lo que está ocurriendo. En consecuencia, personas que apenas tienen conocimientos de meteorología o biología proponen no obstante políticas relacionadas con el cambio climático y la modificación genética de las plantas, mientras que otras tienen ideas muy claras acerca de lo debería hacerse en Irak o Ucrania, aunque sean incapaces de situar estos países en un mapa. La gente rara vez se es consciente de su ignorancia, porque se encierran en una sala insonorizada de amigos que albergan ideas parecidas y de noticias que se confirman a sí mismas, donde sus creencias se ven reforzadas sin cesar y en pocas ocasiones se cuestionan.
Es improbable que proporcionar más y mejor información a la gente mejore las cosas. Los científicos esperan disipar las concepciones erróneas mediante una educación científica mejor, y los especialistas confían en influir en la opinión pública en temas como el Obamacare y el calentamiento global presentando a la gente hechos precisos e informes de expertos. Tales esperanzas se basan en una idea equivocada de cómo piensan en realidad los humanos. La mayor parte de nuestras ideas están modeladas por el pensamiento grupal y no por la racionalidad individual, y nos mantenemos firmes en estas ideas debido a la lealtad de grupo. Es probable que bombardear a la gente con hechos y mostrar su ignorancia individual resulte contraproducente. A la mayoría de las personas no les gustan demasiado los hechos y tampoco parecer estúpidas. No estemos tan seguros de poder convencer a los partidarios del Tea Party de la verdad del calentamiento global enseñándoles páginas y más páginas de datos estadísticos.El poder del pensamiento grupal está tan generalizado que resulta difícil romper su preponderancia, aunque las ideas parezcan ser bastante arbitrarias […]
Ni siquiera los científicos son inmunes al poder de pensar en grupo. Así, los científicos que creen que los hechos pueden hacer cambiar la opinión pública tal vez sean víctimas del pensamiento científico grupal. La comunidad científica cree en la eficacia de los hechos; de ahí que los leales a dicha comunidad continúen pensando que pueden ganar los debates públicos lanzando a diestro y siniestro los hechos adecuados, a pesar de que hay gran evidencia empírica de lo contrario”.

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